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Desayuno

  • Foto del escritor: Nicolás Guasaquillo
    Nicolás Guasaquillo
  • 30 mar 2019
  • 1 Min. de lectura

La más importante de las comidas y, en algunos casos, la única de todo el día. El desayuno es ese centro de planeación donde el sentido se asemeja a las epocas de antaño, donde, según el tacto con el que hayamos despertado, el sol inspira o aqueja. El desayuno ha sido, y será, lo único certero en dirección que tendremos. Huevos, pan, café; de los ingredientes no depende ninguna decisión, depende pues de nuestro sentir trasnochado, en el que hemos depositado la motivación de empezar el día con o sin omisión moral.



Cuando damos fin al ayuno sostenido en la madrugada y las responsabilidades propias nos cogen bien perfumados, la panorámica gana (o pierde) color. En este punto habrá sido indispensable proponernos un estado de ajenación que permita, ya sea en el instante o en el después cercano, soportar, como mínimo, hasta la siguiente comida; usualmente situada entre las doce y las dos de la tarde.


"Demósle al desayuno la madurez que merece, la vida cierne en su provecho."

Y si tan desafortunados somos que el próximo alimento está agendado para la mañana siguiente, lamento decir que dicha enajenación no será suficiente. Además del entero sentir, que recomiendo nunca deponer, nuestra supervivencia dependerá de un físico estrambótico (psiquico si se quiere) que, a pesar de su debilidad vitamínica, sea capaz de mantener en orden sus tareas. Demósle pues al desayuno la madurez que merece, la vida cierne en su provecho.


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