Trenodia para las víctimas de Hiroshima
- Nicolás Guasaquillo
- 9 mar 2019
- 1 Min. de lectura

La trenodia es toda una línea de tiempo que se encarga de transportar al espectador hacia una catástrofe masiva. Amplificar éste pedazo de obra requiere un extenso pensar de sentimientos, no sólo participamos con un oído fino y entrenado, sino también con un cuerpo infundado de terror mientras se experimenta, en cada nota de Penderecki, escenarios crudos guiados por un enlace de muerte y desolación.
Resulta imposible dar una opinión certera sobre ésta obra si no se menciona con suma importancia las ‘partes’ que demarcan cada escenario a lo largo de ésta aventura de casi nueve minutos. En la primera parte nos encontramos de repente en el lugar de los hechos, sin saber qué es lo que exactamente hacemos ahí. Luego, en la segunda parte, identificamos que algo no está bien; en el aire se percibe la desorientación de lo que nadie, ni en el sueño más desalentador, pudiese haber esperado. Después, en la tercera parte, la situación es un poco más clara, atamos cabos y por fin lo entendemos: el fin es cuestión de segundos. Finalmente, en la cuarta parte, somos borrados de la tierra con la explosión de una orquesta y un artefacto atroz; de nosotros sólo queda arena.
El inicio bien pudo haber sido más sensitivo, eso está claro, pero quizás el hecho de verse uno inmerso en tan sólo un impacto, depende crucialmente de aquella entrada invasiva. Una vez se realiza ésta transferencia, se torna imposible eludir el cambio de ambiente que se experimenta; resta dejar de preocuparse, decirse que es sólo una canción, que pronto se regresará a casa.
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